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Jorge Alberto Gudiño Hernández

23/04/2016 - 12:04 am

Leer, sólo leer

Muchas veces he participado en mesas redondas, foros y discusiones triviales alrededor del tema.

Leo por gusto, por trabajo, por costumbre, por oficio. Leo, incluso, cuando las cosas no van bien. Foto: Shutterstock
Leo por gusto, por trabajo, por costumbre, por oficio. Leo, incluso, cuando las cosas no van bien. Foto: Shutterstock

Muchas veces he participado en mesas redondas, foros y discusiones triviales alrededor del tema. También me han preguntado en incontables ocasiones al respecto: ¿de qué sirve leer? He escuchado respuestas que apuntan hacia la nada, hacia la falta de utilidad de la lectura. Yo mismo he compartido opiniones que ya suenan a lugar común: conocer el mundo, vivir una experiencia que nos es ajena, aprender, generar pensamiento a partir de las palabras, ser libres, escapar, incluso la posibilidad de pertenecer a cierto grupo. Siendo más pragmático, la lectura también proporciona un placer diferente al resto de los que conozco.

Ahora, aprovechando que este texto se publicará el Día Internacional del Libro, que se conmemoran 400 años de la falsa coincidencia que une las muertes de dos de los pilares de la literatura, aventuro una respuesta más. La misma que no invalida a todas las anteriores, tan sólo suma.

Me ha pasado algunas veces a lo largo de los años. Cierto desasosiego se instala en mi interior. Si uno se sienta a revisar las noticias, el estado del país, del mundo entero, es fácil sentirse algo deprimido. También puede haber causas más cercanas. Al parecer el motivo no importa. La coincidencia es ese desasosiego casi existencial. El mismo que atrapa, que clausura posibilidades. El coraje no basta, las imprecaciones menos. No es una catarsis la que se requiere frente a la tristeza. Al menos no en mi caso.

Ya lo he dicho: leo por gusto, por trabajo, por costumbre, por oficio. Leo, incluso, cuando las cosas no van bien, cuando esa tibia tristeza se ha acodado en mi interior, a la espera de ver qué tan resistente me muestro.

Cuando estoy en ese estado, a veces leo sin ganas, apenas participando del acto máximo de la lectura que consiste en sumar la propia voz a la del autor. Pese a ello, pese a las distracciones y la distancia, de pronto opera el milagro. A veces es una frase, sólo una, cuya construcción genera un pálpito. A veces es un párrafo, una revelación o una escena. A veces es un sentimiento compartido con el personaje. Casi siempre es una duda: ¿cómo consiguió el autor este prodigio?

Justo entonces me pongo contento, me entusiasmo. Consigo olvidar el mundo de afuera, el desasosiego todo, y me sé feliz dentro del libro. Bastan unas cuantas palabras (o miles, da igual) para contagiarme de nuevo de una energía vital que me basta. Entonces dejan de importar los problemas económicos, los anímicos, los sociales, la injusticia y todos los demás asuntos que bastarían para deprimirme. Me he encontrado en una línea, en un capítulo o en un personaje, el consuelo suficiente. Más aún, la voluntad que me hacía falta para salir del entuerto.

También por eso leo. No sólo por el escape que proporcionan las palabras sino porque el lenguaje ha acudido en mi auxilio, reconfortándome. No es un apapacho ni un consuelo, en ocasiones lo narrado es duro, de difícil digestión. Sin embargo, el asunto va más allá de las anécdotas. Es como si ese lenguaje se pudiera colar en las fibras más profundas de mi ánimo; como si, pese a todo, uno se pudiera convertir en un lector feliz.

Sé que esto me pasa a mí. Sé que los adictos al deporte también experimentan cierto nivel de felicidad que me está vedada. Pese a ello, cuando pienso en mi muy lejano retiro del mundo laboral idealizo un montón de escenarios. Todos ellos incluyen varias horas al día de lectura. Afortunado he sido, pues, de poder dedicarme a lo que me dedicaría en mi retiro.

Ojalá, aprovechando todo lo que se conmemora hoy, sirva esta nueva razón para contagiar el gusto. Ojalá haya cada día más lectores que, pese a todo, se sientan felices de serlo, felices al serlo.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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